Quedamos a las 12:30 en la Universidad de Hokkaido y allí unas señoras voluntarias japonesas que hablaban inglés, cosa rara, nos dividieron en dos grupos y nos explicaron el plan: primero nos repartieron unos mapas de Sapporo para que conozcamos los lugares más turísticos y podamos orientarnos, para luego acercarnos hasta la parada de metro de Sapporo, la más importante de la ciudad, y enseñarnos a coger el metro con destino al Disaster Prevention Center.
El metro en Sapporo consta de 4 líneas que atraviesan la ciudad de Norte a Sur y de Este a Oeste. La frecuencia es bastante elevada y el precio también. Un viaje de tan solo 4 paradas puede costarte 200 yenes. En Japón cada parada tiene su precio de billete, es decir, cuando llegas a la máquina para comprar tu billete, en el plano con las paradas, debajo de cada una de ellas aparece el precio que cuesta el billete desde la parada donde estás hasta la que quieres ir. Sencillo. Gracias a Dios los fines de semana hay un billete especial llamado ドニチカ (“iniciales” de sábado, domingo y metro) que te permite viajar durante el día en el que compres el billete, todas las veces que quieras por sólo 500 yenes.
Además me di cuenta del famoso tema de los metros “sólo para mujeres”. Es algo que me ha preguntado bastante gente porque suena un pelín machista, pero en realidad no lo es, bueno, no mucho. En las horas punta del día hay un metro al que, por el tema de las aglomeraciones supongo, únicamente pueden subir mujeres, niños y personas con movilidad reducida. En las horas punta el metro se pone hasta arriba y al parecer, hay algún espabilao que también se pone fino sacando la mano a ver qué palpa por ahí, por lo que he ahí la razón de que únicamente las mujeres puedan entrar.
Bueno, volvamos a lo importante. El centro al que fuimos forma parte de las típicas excursiones que hacen los colegios con los chiquillos (o padres con sus hijos) para que aprendan a comportarse en caso de que ocurra alguna catástrofe. En Sapporo, según nos comentó el perro de la peli 3D que nos pusieron, sería muy peligroso que hubiera un terremoto en pleno invierno. Imaginaros a todo el mundo en la calle huyendo de sus casas, con el suministro de gas y luz cortado, y con menos chorrocientos grados en la calle.
Las “atracciones” que visitamos fueron las siguientes:
Huir de un incendio: Teníamos que entrar a un edificio lleno de humo y sin luz por el segundo piso y, con la boca tapada con un pañuelo o con el codo, encontrar la escalera para bajar y el camino más corto a la salida mientras caminamos agachados. Las escalera hay que bajarlas agachados y de culo, porque así si te caes no caes de cara y te revientas el careto. Dentro de la casa hay además unos sensores que te avisan si no vas lo suficientemente agachado. Fue divertido. Escogimos el camino más largo, pero fue divertido.
Al fondo se ve el edificio en llamas en cuestión.
Apagar un incendio: Te meten en una sala y te proyectan un video de una sartén ardiendo. Entonces tu grupo tiene que gritar かじだ!!! Que viene siendo ¡¡Hay un incendio!! y luego ir corriendo hacia los extintores, coger uno (de la forma que nos enseñaron), quitar el seguro y disparar hacia el fuego virtual con agua, porque como pusieran el polvillo de los extintores de verdad acabaríamos peor que Marcos en Mechelen.
Simulador de terremoto: sin lugar a dudas la mejor atracción de todas. Se trata de una reproducción de una cocina típica japonés. Tan típica que tienes que quitarte los zapatos para entrar. Antes de eso te dejan que elijas la intensidad del terremoto, desde 4 hasta 7. Claramente elegimos el siete, somos tíos tochos y tenemos que demostrarlo (bueno, yo hubiera elegido el 6, pero el Mongol (de Mongolia) de metro noventa de mi lado dijo que mejor el 7 y no voy a crear un conflicto internacional por esto, por ahora).
Te quitas las zapatillas, entras a la cocina-comedor, te sientas con tu grupo de 4 personas a la mesa, haces como si hablas y, de repente, los gatos hidráulicos levantan la plataforma y eso empieza a moverse una barbaridad. Me acojoné bastante al principio (maldito mongol) pero mi instinto de supervivencia me puso alerta y seguí las instrucciones que la monitora nos explicó. Primero coger el cojín de tu silla, ponértelo en la cabeza y meterte debajo de la mesa de cuclillas. Cuando acaba el terremoto te levantas, apagas la encimera y el calentador, abres la puerta y la aseguras con una silla. Ahora ya sabéis cómo sobrevivir a un terremoto en un simulador.
Video en 2D con increíble sonido Mono.
Y eso fue todo. Había más pruebas como la de la reanimación cardio-respiratoria, pero no teníamos tiempo (la peli del perro 3D dura 20 minutos), con lo que aprendimos a cómo salvarnos nosotros mismos en caso de desastre, pero no cómo salvar a los demás. Yo llamaré a Carol si tengo algún problema.
Antes de irnos nos pusimos los trajes de bombero y nos subimos al camión para hacernos una foto y hacer sonar la sirena. Noto como cada vez soy más maduro, este país me está cambiando.
Dándolo todo.
Nos fuimos de nuevo al metro para llegar a Odori, el principal paseo de Sapporo donde tiene lugar todos los años el Yuki Matsuri (buscad lo que es en la wikipedia, que no quiero explicarlo ahora) y nos dirigimos al Plaza Foundation.
Se trata de un centro de ayuda y reunión de estudiantes internacionales y todo aquel interesado en conocer gente de otras culturas. Puedes dejar un papel con tu nombre, teléfono y tipo de gente con la que quieres contactar (españoles, italianos, mongoles,…), el motivo (hablar, practicar inglés, conocer gente…) y los idiomas que dominas.
Esto da pie a algunas ofertas un tanto especiales. Había un chaval que buscaba personas de cualquier nacionalidad, había por lo menos una lista de 20 nacionalidades diferentes, pero dejaba bien claro que SÓLO quería conocer chicas. Me recordó un poco a un capítulo de Friends en el que Joey pone un anuncio en el periódico buscando compañera de piso: “Se busca compañera de piso. No fumadora. No fea.”
Tras esto decidimos ir a cenar (ya eran las 6) e invitamos a una de las chicas japonesas que conocimos allí a que se viniera con nosotros y, de paso, nos recomendara algún sitio que estuviera bien de precio. La chica se llama Marina y me comentó que sus padres le pusieron ese nombre tan poco japonés para que le fuera fácil mezclarse con gente de otras culturas, y eso es lo que está haciendo.
Carne, verduras, ensalada, arroz y sopa de miso. La comida de los campeones.
Comimos como señores y, después de eso, aprovechando que estábamos en el barrio céntrico de la ciudad, las chicas decidieron irse de compras. Yo acompañé a Marina, al mongol, a Wulan y a Sallah al metro porque querían irse para casa, aunque preferí quedarme dando una vuelta por este barrio (llamado Susukino) y pegarle un toque al grupo de compradoras compulsivas sobre las 9 para ver si hacíamos algo. Gracias a esta decisión descubrí una bonita exposición de la que os hablaré más adelante. Y sí, es una frikada.
El diploma que me acredita como ciudadano preparado contra catástrofes.
Esto es un título y no el de Ingeniero de Caminos